Recuerdo que cuando era un niño me emocionaba mucho saber que a un amiguito del barrio le celebrarían su cumpleaños. Me emocionaba porque era el momento propicio y oportuno donde uno podía embutirse de una variedad de golosinas sin pagar un céntimo. Me emocionaba mucho porque, además, en casa jamás celebraron un cumpleaños como los de ellos... y ahora sé los motivos de modo incuestionable. Pero lo que más me emocionaba de estas fiestas y me llamaba la muchísimo la atención era percatarme ver los detalles que los padres y tíos y amigos de los padres y de los tíos y tantas personas ponían en adornar la casa donde se iba a celebrar la fiesta. Globos por aquí, serpentinas por allá, guirnaldas de papel más allá, una mesa con una gran torta acompañada de golosinas de diversas especies... y música.
Lo que entonces no entendía lo iba entendiendo poco a poco. En verdad no entendía tanto la algarabía de planificar todo y de participar todos de la fiestita realizando cada quien, de la manera más propicia y óptima, su tarea: "tú te encargas de las invitaciones; tú de preparar la torta; tú de adornar la casa; tú de..." En verdad demoré en entender que, la familia y los amigos de la familia, se empeñaban en tanto trajinar porque era el modo como expresarían la alegría -hacia el niño- por haber logrado llegar hasta el día en que rememoraban todos la fecha cuando había dejado el vientre materno y había empezado el verdadero reto de vivir. Sí, festejaban el éxito propio, una especie de decir: "lo lograste, felicidades. Esperamos que logres llegar a la próxima fecha como hoy; pero por ahora eres un triunfador ¡festejemos!"
En casa eso lo logré entender después de seis años cuando en torno a mamá estaban mi hermana mayor y mis hermanas menores queriendo ayudar en la preparación de un queque para mí. Me llamó mucho la atención la alegría y el esmero con que participaban mis hermanas y por un instante creí que era por el hecho de tener la ocasión de comer ese postre. Me equivoqué y lo recuerdo ahora tan lejano y tan cercano cuando mamá me dijo algo así como que estaban contentas porque yo logré alcanzar los seis años y mis hermanitas tenían la confianza de también lograr llegar vivir los años que yo ya contaba. Tal vez no fue así lo que dijo o quien sabe no quiso decir eso que digo; pero así lo entendí. Desde entonces la vida para mí tenía una especie de sabor a veces dulce, a veces amargo, a veces sui generis... La vida, la vida era como un sueño y conforme crecía me dolía mucho y me alegraba mucho. Tú sabes, Dominus, lo que viví en comunión con mamá y mis hermanos. Anhelaba ser joven pronto y cuando al fin lo fui rogaba que el tiempo transcurra al paso de un caracol. Sí, fui feliz de algún modo sin Ti, Dominus, pero sabes que me engañaba. Fui por donde supuse no me encontrarías creyendo ibas a desistir de buscarme, mas fuiste tras de mí, insistente y amable, bondadoso y afable, y me encontraste y me abrazaste... aunque esa es otra historia.
No hace mucho festejé un año más de vida y me ponía a pensar en mi hermano José que no logró llegar a vivir 25 años. El asunto de la muerte me intriga a veces y me deja como maravillado del milagro de existir. Me pregunto sobre las generaciones futuras que leerán y verán cientos de páginas de muchos que -como yo ahora- escriben algo de sí o de lo que viven o qué sé yo, pero que ya no pueden corregirse o mejorarse en la redacción de la prosa porque simple y llanamente participan -por decirlo de algún modo menos aniquilador- del misterio de la muerte.
Me apuré en crecer cuando niño y a estas alturas de mi vida el festejar el éxito de la existencia aún poseída tiene un aroma a nostalgia de saberme cada vez pronto a la cima de la misma vitalidad y lejos de la frescura de la juventud. Entiendo que me sé pronto cada vez más adulto... me asusta el canto de la senectud, Dominus, más que la propia efimeridad. A estas alturas de mi vida, festejar el éxito de la existencia motiva a decirle con ironía a los adolescentes: "¿llegarán hasta donde estoy?", para soportar con cierto dolor a nostalgia sus respuestas: "no sabemos; lo que sabemos es que ya no estás en el presente nuestro".
Feliz cumpleaños a mí, Dominus. Gracias por todo lo vivido.
Lo que entonces no entendía lo iba entendiendo poco a poco. En verdad no entendía tanto la algarabía de planificar todo y de participar todos de la fiestita realizando cada quien, de la manera más propicia y óptima, su tarea: "tú te encargas de las invitaciones; tú de preparar la torta; tú de adornar la casa; tú de..." En verdad demoré en entender que, la familia y los amigos de la familia, se empeñaban en tanto trajinar porque era el modo como expresarían la alegría -hacia el niño- por haber logrado llegar hasta el día en que rememoraban todos la fecha cuando había dejado el vientre materno y había empezado el verdadero reto de vivir. Sí, festejaban el éxito propio, una especie de decir: "lo lograste, felicidades. Esperamos que logres llegar a la próxima fecha como hoy; pero por ahora eres un triunfador ¡festejemos!"
En casa eso lo logré entender después de seis años cuando en torno a mamá estaban mi hermana mayor y mis hermanas menores queriendo ayudar en la preparación de un queque para mí. Me llamó mucho la atención la alegría y el esmero con que participaban mis hermanas y por un instante creí que era por el hecho de tener la ocasión de comer ese postre. Me equivoqué y lo recuerdo ahora tan lejano y tan cercano cuando mamá me dijo algo así como que estaban contentas porque yo logré alcanzar los seis años y mis hermanitas tenían la confianza de también lograr llegar vivir los años que yo ya contaba. Tal vez no fue así lo que dijo o quien sabe no quiso decir eso que digo; pero así lo entendí. Desde entonces la vida para mí tenía una especie de sabor a veces dulce, a veces amargo, a veces sui generis... La vida, la vida era como un sueño y conforme crecía me dolía mucho y me alegraba mucho. Tú sabes, Dominus, lo que viví en comunión con mamá y mis hermanos. Anhelaba ser joven pronto y cuando al fin lo fui rogaba que el tiempo transcurra al paso de un caracol. Sí, fui feliz de algún modo sin Ti, Dominus, pero sabes que me engañaba. Fui por donde supuse no me encontrarías creyendo ibas a desistir de buscarme, mas fuiste tras de mí, insistente y amable, bondadoso y afable, y me encontraste y me abrazaste... aunque esa es otra historia.
No hace mucho festejé un año más de vida y me ponía a pensar en mi hermano José que no logró llegar a vivir 25 años. El asunto de la muerte me intriga a veces y me deja como maravillado del milagro de existir. Me pregunto sobre las generaciones futuras que leerán y verán cientos de páginas de muchos que -como yo ahora- escriben algo de sí o de lo que viven o qué sé yo, pero que ya no pueden corregirse o mejorarse en la redacción de la prosa porque simple y llanamente participan -por decirlo de algún modo menos aniquilador- del misterio de la muerte.
Me apuré en crecer cuando niño y a estas alturas de mi vida el festejar el éxito de la existencia aún poseída tiene un aroma a nostalgia de saberme cada vez pronto a la cima de la misma vitalidad y lejos de la frescura de la juventud. Entiendo que me sé pronto cada vez más adulto... me asusta el canto de la senectud, Dominus, más que la propia efimeridad. A estas alturas de mi vida, festejar el éxito de la existencia motiva a decirle con ironía a los adolescentes: "¿llegarán hasta donde estoy?", para soportar con cierto dolor a nostalgia sus respuestas: "no sabemos; lo que sabemos es que ya no estás en el presente nuestro".
Feliz cumpleaños a mí, Dominus. Gracias por todo lo vivido.
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