Caminar |
Partimos cerca de las 4 pm hacia la primera casa donde una de las pocas personas católicas, que todavía existen justamente en esa calle, había preparado en la puerta de su casa una mesita cubierta con un mantel blanco y sobre ella la imagen de la primera estación que anuncia la condena impuesta, por parte de Poncio Pilato, a Jesús de ser crucificado. Cuando acabamos los rezos que nos permitieron rememorar el suceso de la condena a nuestro Señor, continuamos hacia la siguiente casa llevando en procesión la imagen de dicha estación. Y así sería con todas las estaciones luego de orar, sumando un número considerable de feligreses que nos acompañaban de modo directo o indirecto (sobre todo aquellos que dejaban de jugar en la calle, o apagaban sus equipos de sonido cuando nos veían venir o cuando nos escuchaban orar).
Escuchar |
Catorce estaciones y lo agradable fue el final, pues una hermana viendo nuestra procesión sacó su mesita, la colocó en su vereda, lo adornó con mantel y un florero, y colocó la imagen del Señor de la Divina Misericordia sobre la pared de su casa, y realizando esto y viendo lo cerca que estábamos, pidió que también lo visitemos dejando a medio mundo desconcertado porque justamente la última estación se encontraba como a cien metros de donde estaba esta hermana. Le tuvimos que pedir nos esperara, que no se preocupara porque íbamos luego donde ella. Y así fue.
Contemplar |
Culminamos antes de lo previsto, más Tu Espíritu Santo vibraba sobre quienes participaron de esta santa piedad. Por eso nos acompañaron en un procesión bella, espontánea, que se dirigía al Templo donde se dejarían los cuadros. Esta procesión hermosa y final se realizó con cantos a viva voz desde la última casa en que oramos hasta tu casa, Dominus.
Gracias, Dominus, por este bien que nos regalas y gracias porque nos permites anunciar que no hay Dios como Tú. Gracias por permitirnos acompañarte en el recuerdo de tus suplicios y por eso te digo en nombre de quienes nos acompañaron: sequar te, Dominus.
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