Un centro penitenciario nunca es lugar donde uno quisiera pasar la noche. Es más ni siquiera debería existir. Pero la sociedad tiene leyes que le permiten protegerse de sus propios ciudadanos, sancionar a enemigos de todo tipo (no sólo los políticos hacen eso) o simplemente crearle a alguien una situación de curriculum vitae para algún ascenso en la escala de poder.
La primera vez que fui al Centro Penitenciario de Mujeres no fue, para mí, tan impactante como cuando había ido al Penal de Varones, pues el ambiente era muy distinto. El sitio donde están internadas las mujeres parecía una casa de reposo, de retiro, antes que un Penal. La única verja que había era aquella que circundaba el total del área de los dos únicos pabellones. Las internas podían ir libremente de un pabellón a otro e incluso algunas tenían un pequeño huerto donde sembrar; el trato con las agentes penitenciarias era amical, cordial, e incluso la cercanía con la Directora del Centro Penitenciario pues sólo era cuestión de pasar al patio cerca de un pabellón pues allí estaba la oficina. Era un espacio verdaderamente acogedor; y aunque no teníamos capilla para la celebración de la Santa Misa, nos bastaba un espacio pequeño donde celebrar con las pocas internas que acudían.
Pero un día llegó la modernidad y junto con ella la esperanza de creer que las internas estarían mucho mejor y nosotros en algo mejor. Se habló de la modernidad y la practicidad del Penal para las mujeres internas y sobre todo de su bienestar psicológico.
Empezó la construcción y las mujeres se adecuaban pasando por muchísimas incomodidades en bien del progreso y del bienestar futuro. Pero algo andaba mal. Empezaron a aparecer más verjas, más alambradas de navajas, más mallas metálicas, tanto así que los pabellones ya no estaban unidos sino definitivamente separados por mallas metálicas y todos los obstáculos que pudieran ser necesarios. La oficina de la Directora quedó muy lejos y llegar hasta allá se requería pasar por la rotonda de circuitos que controlaban los seguros de las nuevas puertas que aparecieron con la modernidad.
En la inauguración se me escarapeló el cuerpo al ver tantas barreras. Una interna se acerca y me dice con su carita de pena y fastidio: "ahora sí que estamos en un penal", y me preguntaba ¿era necesario tanta aclaración?
A la semana siguiente la imagen de Cristo crucificado estaba abandonada en la intemperie junto a una pequeña gruta que construyeron. Sé que es propiedad del Centro Penitenciario y por ello no se puede hacer mucho. Sin embargo, me decía que la modernidad viene hasta con la falta de respeto a aquello que es sagrado para algunas personas privadas de su libertad y no privadas de su libertad.
¿Era necesario tanto alambre? ¿Era necesario despreciar tu imagen, Dominus, abandonándola como si no significara algo?
La primera vez que fui al Centro Penitenciario de Mujeres no fue, para mí, tan impactante como cuando había ido al Penal de Varones, pues el ambiente era muy distinto. El sitio donde están internadas las mujeres parecía una casa de reposo, de retiro, antes que un Penal. La única verja que había era aquella que circundaba el total del área de los dos únicos pabellones. Las internas podían ir libremente de un pabellón a otro e incluso algunas tenían un pequeño huerto donde sembrar; el trato con las agentes penitenciarias era amical, cordial, e incluso la cercanía con la Directora del Centro Penitenciario pues sólo era cuestión de pasar al patio cerca de un pabellón pues allí estaba la oficina. Era un espacio verdaderamente acogedor; y aunque no teníamos capilla para la celebración de la Santa Misa, nos bastaba un espacio pequeño donde celebrar con las pocas internas que acudían.
Pero un día llegó la modernidad y junto con ella la esperanza de creer que las internas estarían mucho mejor y nosotros en algo mejor. Se habló de la modernidad y la practicidad del Penal para las mujeres internas y sobre todo de su bienestar psicológico.
Empezó la construcción y las mujeres se adecuaban pasando por muchísimas incomodidades en bien del progreso y del bienestar futuro. Pero algo andaba mal. Empezaron a aparecer más verjas, más alambradas de navajas, más mallas metálicas, tanto así que los pabellones ya no estaban unidos sino definitivamente separados por mallas metálicas y todos los obstáculos que pudieran ser necesarios. La oficina de la Directora quedó muy lejos y llegar hasta allá se requería pasar por la rotonda de circuitos que controlaban los seguros de las nuevas puertas que aparecieron con la modernidad.
En la inauguración se me escarapeló el cuerpo al ver tantas barreras. Una interna se acerca y me dice con su carita de pena y fastidio: "ahora sí que estamos en un penal", y me preguntaba ¿era necesario tanta aclaración?
A la semana siguiente la imagen de Cristo crucificado estaba abandonada en la intemperie junto a una pequeña gruta que construyeron. Sé que es propiedad del Centro Penitenciario y por ello no se puede hacer mucho. Sin embargo, me decía que la modernidad viene hasta con la falta de respeto a aquello que es sagrado para algunas personas privadas de su libertad y no privadas de su libertad.
¿Era necesario tanto alambre? ¿Era necesario despreciar tu imagen, Dominus, abandonándola como si no significara algo?
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