Él creía entender algo de
religión y religiosidad – me empezó a contar- y por eso tuvo el valor de hablar
y opinar de aquello que sospechaba pero que en esencia no tenía ni un ápice de
conocimiento; sólo decía palabras que intuía era la línea recta por donde el
discurso debe transcurrir imponente de la mano de la lógica. Sin embargo, cada
vez que soltaba una retahíla de frases rebuscadas y con maquillaje de seriedad
estaba en la paradoja de si echarme a reír o decirle que su discurso era “muy
interesante”. Y cuando culminó de hablar lo único que dije fue “impresionante”.
De todas las sandeces que dijo de
aquello que no sabía pero creía saber - continuó su relato- me dejaba como
golpeado toda la furia en el tono de sus palabras, el modo de pronunciar como
casi escupiendo su desprecio por lo sagrado y su orgullo latente, que asomaba
de cuando en vez, de saberse parte de una multitud que crece y crece violenta
contra toda expresión cristiana y de donde sume sus “conocimientos”. Tuve mucha
lástima de su apología a la destrucción y a la anarquía, de su vida triste y
oscura reclamando una especie de desquite a quien le ha hecho tener una niñez
frustrante y a “aquel” que se suponía tenía que ayudarle pero no lo hizo. Sí,
me dio lástima y no tuve otra cosa para darle en ese momento, aunque creyó ver
en mí la derrota de quien no puede combatir un “fulgurante” argumento. Se
sonrió con odio y sarcasmo; me miraba como esperando surgir en mí la ira de los
vencidos. Miré al suelo; el silencio era grande entre los tres muchachos que
estaban allí. Sí, me había acercado a saludarles porque conocía a uno de ellos,
un joven que asiste a la catequesis de confirmación y se percató de la mueca y
los ojos de furia de este muchacho cuando vio mi atuendo de sacerdote y lo
quiso callar cuando empezó a preguntarme que si Adán y Eva sólo tenían dos
hijos cómo es que Caín fue marcado para que no lo matarán o cómo es que llegó a
un pueblo si se supone que no había nadie más en la tierra; y qué es eso de decir
que María era virgen cuando eso es imposible; etc. Pero cuando empecé a decirle
que si gusta un día de estos vienen todos y conversamos para aprender juntos,
entonces explotó con otras preguntas sacadas de sus sospechas-axiomáticas y de
su “orden lógico” de razonar exponiendo un raro discurso que había alojado durante
años en su entendimiento y en su corazón. Miré al suelo, y cuando levanté la
mirada él sonrió porque le pareció ver en mí la capitulación de un hombre que
no puede confrontar “la claridad del pensamiento”, cuando en realidad, mientras
decía su perorata esnobista, estaba orando porque algún día conozca la paz y la
alegría.
Impresionante, le dije, y él me
replicó diciendo que como no tengo nada que decir sólo me quedaba el recurso de
invitarle para otro día y continuar la contienda. ¿Y nada más hiciste?, le
pregunté y me respondió que no, que solamente le mantuve la mirada que él
sentía ser una derrota y las únicas palabra que mencioné fue que oraré por él.
Me dijo “¿Sabes, cura? ¡Vete a la mierda!”. El joven que conozco le dijo que se
calmara, que no había necesidad de violencia, pero el muchacho se ofuscó tanto
que se marchó muy fastidiado y soltando insultos.
Y al culminar el relato y después
de imaginar al joven me pareció, Dominus, por un instante verte burlado en la
Cruz por quienes te dicen que te salves a ti mismo para creer que eres el Dios
Encarnado. Tú sabes, Dominus, que te decía lo mucho que merezco este desprecio
por todos los desprecios que te hice cuando muy joven; por todas las veces que
me burlaba de cuantos te buscaban; por todas las veces que mi corazón hablaba
con mayor ira que la de este joven. Espero, en verdad, que este muchacho llegue
a dejarse querer. Lo digo mirándome en el pasado y con la esperanza de que no
hay mejor paz, que tu Paz.
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