La imagen se presentaba perfecta frente a mí y a primera vista pude entender lo que me permitías ver. El Padre Tarcisio estaba al fondo sentado en una silla de plástico bajo el árbol de güaba o pacay, como tomando el primer lugar del escenario y detrás de él una pintura infantil en la pared: El Gran Circo.
Recordé que cuando niño me daban miedo los payasos y por eso siempre estaba acurrucado en los brazos de mi madre hasta el día en que el payaso contaba una historia triste, su historia, que le llevó derramar lágrimas a borbotones y sobre todo a gritar su llanto con tanta fuerza que sus lágrimas eran chisguetes saliendo cerca de sus ojos (en realidad era un chisguete colocado en su nariz roja) que me hicieron llorar con una pena profunda.
El Padre estaba al fondo sentado vestido con alba y sobre sus hombros la estola verde. No es que no le guste usar la estola morada para las confesiones, pero en el lugar donde estábamos prefiere la estola verde porque el verde es el color de la esperanza, esperanza que necesitan las internas del Penal de Mujeres que curiosamente se ubica en el pueblo llamado El Milagro. Está sentado y Tú, Dominus, me llevas al pasado a recordar que cuando joven iba al circo a ver las piruetas de los artistas, a los felinos que rugen y atemorizan, y siempre con la interrogante ¿cómo es la vida en el circo? siempre me llevaba esa inquietud y un amigo me decía que era una especie de pueblo errante donde se pasa la vida atada a las plumas que levantan la carpa y al arte que llama a la función. Y recordaba al payaso que me hizo llorar cuando niño.
Pero ahora estaba en este Centro Penitenciario que parece el Gran Circo. Las internas que van de un sitio a otro y algunas van colocando bancas y sillas en el patio, frente a mí, para crear un espacio donde se pueda celebrar la Santa Misa, mientras al fondo el Padre espera dar la función de la misericordia. Anuncio el acontecimiento e invito a ir donde el sacerdote para que no solo cuenten la historia que cargan en el corazón sino para que sonrían por saberse perdonadas, por saberse verdaderamente amadas por el buen Dios que fue el hazme reír del pueblo que no sabía lo que hacía pero que se llevó la gran sorpresa de la misericordia y muchas veces hasta las lágrimas por tanta gratitud.
Dominus, sin embargo no hemos dejado de hacer espectáculo contigo, no hemos dejado de ponerte en ridículo y no hemos dejado que hagas malabares por nosotros. Estas hijas tuyas quieren ver el gran show de tu amor para que entiendan que solo fue una sola escena eterna la que trajo consigo la vida nueva y eterna. No fue un gran show sino en realidad fue el acontecimiento de nuestra historia. Los payasos hemos sido nosotros pero ahora nos limpias la careta, el maquillaje del pecado que nos ha desfigurado la humanidad. Las internas buscan la alegría en el corazón y no te has hecho el difícil de encontrar. Empiezo la Santa Misa.
Recordé que cuando niño me daban miedo los payasos y por eso siempre estaba acurrucado en los brazos de mi madre hasta el día en que el payaso contaba una historia triste, su historia, que le llevó derramar lágrimas a borbotones y sobre todo a gritar su llanto con tanta fuerza que sus lágrimas eran chisguetes saliendo cerca de sus ojos (en realidad era un chisguete colocado en su nariz roja) que me hicieron llorar con una pena profunda.
El Padre estaba al fondo sentado vestido con alba y sobre sus hombros la estola verde. No es que no le guste usar la estola morada para las confesiones, pero en el lugar donde estábamos prefiere la estola verde porque el verde es el color de la esperanza, esperanza que necesitan las internas del Penal de Mujeres que curiosamente se ubica en el pueblo llamado El Milagro. Está sentado y Tú, Dominus, me llevas al pasado a recordar que cuando joven iba al circo a ver las piruetas de los artistas, a los felinos que rugen y atemorizan, y siempre con la interrogante ¿cómo es la vida en el circo? siempre me llevaba esa inquietud y un amigo me decía que era una especie de pueblo errante donde se pasa la vida atada a las plumas que levantan la carpa y al arte que llama a la función. Y recordaba al payaso que me hizo llorar cuando niño.
Pero ahora estaba en este Centro Penitenciario que parece el Gran Circo. Las internas que van de un sitio a otro y algunas van colocando bancas y sillas en el patio, frente a mí, para crear un espacio donde se pueda celebrar la Santa Misa, mientras al fondo el Padre espera dar la función de la misericordia. Anuncio el acontecimiento e invito a ir donde el sacerdote para que no solo cuenten la historia que cargan en el corazón sino para que sonrían por saberse perdonadas, por saberse verdaderamente amadas por el buen Dios que fue el hazme reír del pueblo que no sabía lo que hacía pero que se llevó la gran sorpresa de la misericordia y muchas veces hasta las lágrimas por tanta gratitud.
Dominus, sin embargo no hemos dejado de hacer espectáculo contigo, no hemos dejado de ponerte en ridículo y no hemos dejado que hagas malabares por nosotros. Estas hijas tuyas quieren ver el gran show de tu amor para que entiendan que solo fue una sola escena eterna la que trajo consigo la vida nueva y eterna. No fue un gran show sino en realidad fue el acontecimiento de nuestra historia. Los payasos hemos sido nosotros pero ahora nos limpias la careta, el maquillaje del pecado que nos ha desfigurado la humanidad. Las internas buscan la alegría en el corazón y no te has hecho el difícil de encontrar. Empiezo la Santa Misa.
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