viernes, 14 de septiembre de 2012

DE DIÁCONO A PRESBÍTERO


En tierra de donde me originaste
En realidad a mi me cuesta mucho sentir orgullo de aquello que no merezco. En el fondo de mí Tú sabes que no estaba tan seguro de que en verdad me hayas llamado para servirte en este ministerio. Cuánto has obrado en mí; me has transformado poco a poco y me has infundido cierta fortaleza que no ha demorado mucho en amoldarse en mi alma y que me deja sorprendido de mí mismo pero a la vez contento porque no es más que uno de aquellos detalles amorosos y tiernos para conmigo; esos detalles con el cual me has sorprendido siempre con la diferencia que antes no sabía que eras Tú, mas ahora lo sé con certeza.
Consagrado
Amigo bueno, todavía recuerdo aquel día en que estaba frente a ti -de eso ya hace como diez años- en que de rodillas te suplicaba que no te fijaras en mí porque el conocimiento de mí mismo no me llevaba ni a fiarme ni a confiar en mí; por el contrario te pedía que me ayudaras a conocerte más pero siempre que tú me libraras de mí mismo por todas las incongruencias de mi propia vida. Estaba de rodillas y hasta te lloré diciendo que lo entonces vivido no era más que un bello estado emocional efímero, mas llegaste tan amor para decirme que no, que lo mío era un detalle tuyo. Ahora soy presbítero, pero no he dejado de ser frágil.
El martes 11 de septiembre postrado en el presbiterio me recordaste mi fragilidad y cómo estabas y estás tan cercano a mi pobre historia llena de contradicciones. Te agradecí por esos cuidados bellos para conmigo, y sobre todo te agradecí porque me he librado de tantas  maldades no por mérito propio sino por pura bondad tuya. Me hablaste y hablé: "para esto he nacido, para este día he nacido; he sido llamado a ser aquello que Tú quieres que sea" antes de haberme formado en el vientre de mi madre. Y me pareció gracioso entonces saber recién todo esto porque cuando me miraba al espejo desde hace muchos años atrás no me imaginaba estar viendo el reflejo de alguien llamado por pura gratuidad tuya a ser su ministro sagrado.
Consagrando
Han pasado tantas cosas, tan bellas y tan dolorosas, pero esto ha sido lo mejor, aunque no haya cambiado de opinión -no creo cambie de opinión- pues no me siento orgulloso por esto que has obrado en mí, sino por el contrario me siento como si hubiera recibido algo que le corresponde a otra persona con más cualidades desarrolladas que yo. Pero has querido y quieres que te sirva. Ayúdame a seguir siendo fiel, a luchar contra mis propias contradicciones y a seguir fiándome de Ti, Dominus, porque todo lo has hecho bien, todo lo haces bien.

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