Él creía entender algo de
religión y religiosidad – me empezó a contar- y por eso tuvo el valor de hablar
y opinar de aquello que sospechaba pero que en esencia no tenía ni un ápice de
conocimiento; sólo decía palabras que intuía era la línea recta por donde el
discurso debe transcurrir imponente de la mano de la lógica. Sin embargo, cada
vez que soltaba una retahíla de frases rebuscadas y con maquillaje de seriedad
estaba en la paradoja de si echarme a reír o decirle que su discurso era “muy
interesante”. Y cuando culminó de hablar lo único que dije fue “impresionante”.

Impresionante, le dije, y él me
replicó diciendo que como no tengo nada que decir sólo me quedaba el recurso de
invitarle para otro día y continuar la contienda. ¿Y nada más hiciste?, le
pregunté y me respondió que no, que solamente le mantuve la mirada que él
sentía ser una derrota y las únicas palabra que mencioné fue que oraré por él.
Me dijo “¿Sabes, cura? ¡Vete a la mierda!”. El joven que conozco le dijo que se
calmara, que no había necesidad de violencia, pero el muchacho se ofuscó tanto
que se marchó muy fastidiado y soltando insultos.
Y al culminar el relato y después
de imaginar al joven me pareció, Dominus, por un instante verte burlado en la
Cruz por quienes te dicen que te salves a ti mismo para creer que eres el Dios
Encarnado. Tú sabes, Dominus, que te decía lo mucho que merezco este desprecio
por todos los desprecios que te hice cuando muy joven; por todas las veces que
me burlaba de cuantos te buscaban; por todas las veces que mi corazón hablaba
con mayor ira que la de este joven. Espero, en verdad, que este muchacho llegue
a dejarse querer. Lo digo mirándome en el pasado y con la esperanza de que no
hay mejor paz, que tu Paz.